Paren y comparen. Daniel Samper Pizano

Paren y comparen. Daniel Samper Pizano

¿Petro o Hernández? ¿El miedo a Petro o el miedo a Hernández? ¿La capacidad de transformación de Petro o la de Hernández? ¿El poder de destrucción de Petro o el de Hernández?

En algo tan serio como unas elecciones es bueno parar y comparar antes de votar, en vez de dejarse conducir por los vendavales de la propaganda, el insulto y la emoción. Así he intentado hacerlo al cotejar, una vez más, las dos opciones que hoy nos deparan las urnas a los colombianos. Tras el desplome de Fajardo, me decidí desde hace algunas semanas por Petro. Ahora estoy en las antípodas de unos cuantos amigos que respeto, algunos columnistas que admiro y ciertos miembros de mi familia que escogieron el enfrentamiento público. 

Todo ello me obligó a un nuevo repaso de los candidatos, sus acompañantes, sus propuestas, sus campañas y sus mensajes. Paré y comparé. Después de hacerlo, sigo creyendo que lo mejor para el país (o lo menos malo, si ustedes lo prefieren) es que Gustavo Petro ocupe la Presidencia durante los próximos cuatro años. Y, sobre todo, que no llegue a ella ese aventurero indescifrable, ese tiro al aire, ese sujeto incivil e ignorante que es Rodolfo Hernández. 

Algún poeta afirmaba que la urna y la papeleta representan un acto de amor capaz de engendrar monstruos o salvadores. Buena dosis de monstruos hemos gestado en Colombia. La salacuna de salvadores, en cambio, ha prosperado pocas veces en el mundo y tal vez ninguna en nuestro país. Pero, en mi calidad de novio de urna, alimento veleidades e ilusiones. Una de ellas es superar la mediocridad suprema, las jugaditas innobles, la bobería colosal, los destrozos sociales y el desdén por la ley que nos dejan Iván Duque y su gavilla. No más Iván, no más gobiernos teledirigidos por el Presidente Eterno, no más uribismo camuflado en individuos estrafalarios y apolíticos falsos.

Continúo. No me asusta que Petro haya sido guerrillero. Las injusticias seculares de este país, la pobreza, el hambre, el clasismo, la marginación y otros males inspiraron a muchos jóvenes impacientes a buscar en la violencia soluciones fallidas. Estaban errados. Pero pagaron su equivocación –algunos con la vida— y aprendieron. 

Tampoco me espanta que en su equipo figuren unas cuantas personas poco recomendables. Casi diría que es inevitable. A Jesucristo le falló el ocho por ciento del grupo. En contraste, hay muchas otras que merecen el respeto y la confianza ciudadanas. El equipo económico es muy bueno y me tranquiliza ver al lado suyo a políticos de comprobada honorabilidad y coraje como Iván Cepeda y María José Pizarro. Admiro, además, el temple de la lideresa social de Francia Márquez.

Se dice que Petro subirá los impuestos. El problema no es que los suba, sino quién los paga y a quién benefician. Por supuesto que los ingresos mayores deben acarrear tarifas más altas. Muchas décadas de gravámenes descompensados han convertido a Colombia en uno de los países con mayor distancia entre ricos y pobres. El Estado es instrumento clave para reducir esa brecha criminal y explosiva. No se logrará con bonos voluntarios de misericordia.

También se dice que, una vez posesionado, Petro echará a sus más valiosos colaboradores, pasará a cuchillo la ley y no volverá a bajarse del poder. Lo mismo se auguraba de Salvador Allende, y ocurrió exactamente lo contrario: él mandatario chileno dio su vida por defender la Constitución, mientras sus enemigos, los “legalistas” y los militares —supuestos centinelas de las instituciones—, montaron una dictadura que hizo trizas el país y condujo a miles de ciudadanos inocentes a la tortura, la cárcel o la muerte. 

Otros temen a Petro porque, aseguran, promoverá cambios en la sociedad. De eso se trata. De cambiar. Yo temería si no los promoviera. No más asesinatos de líderes regionales. No más la creciente brecha de ingresos. Una terca arterioesclerosis social obstaculiza la movilidad de clases, perpetúa las injusticias y sostiene desde hace décadas el estatus quo. Como dijo Alejandro Gaviria, “dormimos encima de un volcán”, y su estallido no se desactiva a punta de represión sino reformando las condiciones actuales. El volcán, según cifras de la Cepal, es un 39.2 por ciento de pobreza: casi 20 millones de compatriotas que no ganan lo suficiente para comer, la cifra más alta de América Latina en 2022.

En cuanto a la corrupción, conviene recordar que el prestigio político de Petro procede de sus debates como senador, cuando destapó multimillonarias tramas de contratación indebida y fustigó a los asaltantes del dinero público. Él no está acusado de auxiliar las mordidas de su hijo.

¿Dudas sobre el candidato del Pacto Histórico? Claro que las hay. La red de seguidores entrenados para insultar y calumniar a quienes no doblen la rodilla ante su jefe. Los malos recuerdos de su gestión administrativa como alcalde. Determinadas amistades dañinas. Ciertas aventuras deplorables, como los contactos de su hermano con presos famosos. Y, según afirman, su modo de ser (No me consta).

La opción de gobierno de Petro exige que el ciudadano crea sus juramentos de respeto a los valores de la democracia: la separación de poderes, la libertad de prensa (con la que poco simpatiza su señora), la independencia de los organismos de control (hoy asfixiados por Duque), el adecuado manejo de las relaciones con ese dragón que es el Congreso… ¿Por qué no acceder a una mínima apuesta en este sentido? En la medida en que se ensancha el mosaico de colaboradores y se suman al Pacto Humano personas de diversos sectores de izquierda aumentan las posibilidades de que tengamos, por primera vez en la historia, un gobierno amplio, progresista y democrático a partir de agosto.

En la orilla opuesta, sinceramente, veo una comparsa. Rodolfo Hernández es ignorante, irascible, boquisuelto, negociante, xenófobo, machista e idólatra de Hitler (falso que lo hubiera citado por un resbalón de lengua: la grabación completa revela que sabía de quién hablaba). Su equipo más cercano está formado, entre otros, por un titiritero publicista que lo mismo vende candidatos que tampones, un posible ministro de Hacienda comprometido con poderoso grupo económico y una asesora oportunista que escribe trinos a la Virgen María para que perdone las atrocidades verbales de su jefe. Opacando a colaboradores destacados, rodea al candidato un cortejo de dómines insepultos del Partido Liberal, el Conservador y el uribismo. Para rematar, si prospera el juicio que se le sigue al ingeniero por corrupción administrativa, podríamos acabar gobernados por una educadora inexperta que, como persona responsable, seguramente sufre pesadillas ante tal posibilidad. Perdonen, pero no recuerdo su nombre.

Miren, mediten y decidan. ¿De veras resulta tan difícil escoger entre Petro y Hernández? ¿Entre un gobierno complejo y un esperpento disparatado?

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